En
1917 la directora del instituto femenino Bournemouth, en Gran Bretaña se
dirigió a una asamblea de 6º curso:
“Voy a deciros algo terrible. Solo una de
cada diez de vosotras se casará y no es una predicción mía. Es un dato estadístico.
Casi todos los hombres que se podían haber casado con vosotras están muertos.
Debéis abriros paso en este mundo lo mejor que podáis. La guerra ha dejado más
huecos para las mujeres que antes, pero tendréis que luchar, tendréis que
esforzaros”.
Esta oscura premonición se convirtió
en realidad para muchas mujeres durante la Gran Guerra. En los
años 20 no era raro encontrarse en Gran Bretaña anuncios tan sorprendentes como
estos:
“Mujer, novio muerto, se ofrece
para matrimonio con oficial ciego o totalmente mutilado en la
guerra”.
Pero para muchas mujeres se abre ahora un camino que para
muchas será un camino sin retorno, sustituir a los hombres en fábricas y
empresas y desempeñar oficios hasta ahora reservados a ellos.
Está la chica revisora que te pide
el billete de tren
Y la que te lleva de un piso a otro
en el ascensor
Está la chica que reparte la leche
cuando llueve,
Y la que te hace los recados en tu
casa,
Fuertes, sensatas y con vigor,
Están ahí fuera para demostrar su valor,
Hacen trabajos con
maña y sus fuerzas no flaquean,
Ni enjauladas ni encerradas,
Ahora van a dar la talla
Hasta que los chicos de uniforme vuelvan
…
Chicas
de guerra (1916), de Jessie Pope
Extractos
del extraordinario libro de Virginia Nicholson: Ellas Solas. Un mundo sin
hombres tras la Gran
Guerra, editado por Turner, Madrid 2008