Estamos en una taberna de Praga,
invierno de 1921. El escritor checo Jaroslav Hasek lee a sus
camaradas un pasaje del libro que está escribiendo por entregas.
Estos se desternillan de la risa con las ocurrencias del
protagonista, un personaje rescatado de cuentos anteriores del autor.
Jaroslav acaba de regresar hace no
mucho a su patria, la recién creada República de Checoslovaquia,
tras haber combatido en la Primera Guerra Mundial al servicio de la
monarquía austrohúngara y haberse pasado al bando enemigo en una
emboscada del ejército ruso. En Rusia ha sobrevivido milagrosamente,
se ha distinguido en algunas acciones y se ha convertido al
bolchevismo.Ello no le ha impedido regresar a su patria como
ferviente nacionalista checo y retomar su anterior vida bohemia.
Y Jaroslav fabula junto a una buena
jarra de cerveza en torno a este antihéroe, el soldado Schwejk,
entretejiendo pasajes de su vida personal, añadiendo personajes muy
reconocibles de su entorno de Praga y anécdotas de su paso por la
guerra, incluyendo los nombres reales de sus protagonistas. Y es que
el autor también pasó brevemente por un manicomio, fingió reuma
para no verse enrolado, fue traficante de perros cuyos pedigrís
falsificaba, fue cronista de una revista científica sobre animales
de la que fue despedido por inventar especies inexistentes.Y algunos secundarios de su obra, como el capellán
Otto Katz existieron realmente.
Sus excesos y su quebrantada salud
le impedirían
finalizar la obra, que sería terminada por un colega.
El resultado fue una obra enormemente popular en su país además del
gran clásico de la literatura checa, deudora de otros clásicos como
el Quijote de Cervantes, nuestro Lazarillo o el Pantagruel de
Rabelais, a los que rinde homenaje.Y una rara aportación a toda la
literatura antibélica de los años 20 por su frescura, su mirada
satírica y burlona sobre la vieja monarquía austrohúngara y por el
hedonismo y sentido práctico de ese personaje inolvidable de Schwejk
(que es Sancho a veces pero también Quijote), inmortalizado en las
ilustraciones de Josef Lada.
Los dos médicos
se miraron y uno de ellos preguntó a Schwejk:
_¿Habían examinado ya alguna vez su
estado mental?
_ En el servicio militar_ contestó
Schwejk con solemnidad y orgullo_. Los médicos militares me
declararon idiota manifiesto.
_¡Me parece que es usted un
farsante! Le gritó el segundo médico.
_ Señores, no soy ningón farsante,
soy un verdadero idiota...
….........................
Los médicos forenses abajo
firmantes basan su juicio, relacionado con la estupidez absoluta y el
cretinismo innato de Josef Schwejk, comparecido ante la citada
comisión, en el hecho de que el sujeto se expresa con palabras como
“¡Viva el emperador Francisco José I!”, exclamación que, por
si sola, es suficiente para demostrar que su estado mental es el de
un idiota absoluto.
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